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¿Podemos abatir o disminuir la corrupción?

por Raúl Cremoux

Por Transparencia

¿Qué es la corrupción y qué tanto le duele al México de hoy?

Viene del latín con y rompere, añadido a tio, que es acción y efecto. En consecuencia, nos habla de la acción de romper y, ajustado a lo social y político, no es otra cosa que transgredir lo establecido. Es la acción que se brinca las normas con el propósito de obtener beneficios personales o para terceros que quiere dar ventajas. Esto, claro está, irrita, lástima y hiere a otros porque sustancialmente es, en cualquier nivel y circunstancia, el abuso de poder.

Entre los pueblos originarios no se daba ese fenómeno porque las castas eran claras y determinantes. Nadie pretendía saltarse las trancas porque era severamente castigado. Todo comenzó a cambiar con la llegada de los conquistadores: intercambiar vidrios y chucherías por piezas de oro revelaba conscientemente una acción fraudulenta. Sabían que el intercambio les era muy favorable; tanto que eso fue el mayor atractivo del coloniaje. Realizar acciones que lleven ventaja ilegítima ante el ignorante se volvió parte del mestizaje.

Durante más de tres siglos, fue un pilar de nuestra historia.

Doblegar al más débil fue la tarea que autoridades civiles, militares y religiosas le impusieron a este territorio cuando aún no era un país constituido como tal. La legalidad existía únicamente como justificación de actos hipócritas y autoritarios.

Independencia, Reforma y Revolución quisieron enmendar lo establecido. Se logró eso sólo en parte. Los gobiernos surgidos del movimiento revolucionario del siglo pasado tuvieron como prioridad la justicia social, es decir, devolver dignidad y principios a una vida esencialmente inequitativa en la que la mayoría era esquilmada y mal tratada por minorías acomodadas.

¿Qué tanto se logró?

Con el PRI como partido dominante se establecieron instituciones que tenían ese afán, pero su predominancia fue tan grande que incluso tuvieron que “fabricar” elementos de oposición para tener un polígono de facetas propias de la democracia. Quienes más sufrieron, por motivos externos que contaminaron y determinaron franjas de nuestra vida política, fueron los partidos de izquierda, especialmente los comunistas.

La corrupción adquirió formas diversas aunque las que correspondieron a la erección de fortunas económicas por parte de empresarios y funcionarios públicos, nunca alcanzó la medida de las que hoy conocemos.

Quienes así actúan, saben que no serán castigados; un probado manto de impunidad ha sido desplegado en toda la nación.

En el imaginario colectivo todo cabe, se dice, se jura que las fortunas mal habidas, son inmensas y todo abarcan. Más allá de la verdad, lo cierto es que la corrupción ha dejado atrás el pecado de destruir un principio ético y ha transformado el Estado en un enjambre que sólo funciona cuando se da el fraude, la extorsión, el vicio, la manipulación. Eso es, se quiera o no admitir, una especie de segunda naturaleza. Los actos irregulares, las transacciones secretas, lo indebido, ¿para quién?, es la unión de eslabones que mueve la cadena.

Bien sabemos que la corrupción no es exclusiva de nuestra nación, se da en todas partes en diferentes circunstancias y en temples diversos. Incluso en países con reputación de igualitarios y demócratas. Sí, las habas se cuecen por doquier, pero cuando la afectación desborda límites, como en nuestro caso que auspicia ya cualquier entorno, entonces debemos preguntarnos si habrá gobierno y sociedad capaces de erradicar o al menos aminorar esta hidra de mil cabezas

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